
Hablar sobre el machismo como algo negativo al parecer va quedando un poco más claro cada vez. Sin embargo, el trasfondo del tema aún no ha sido comprendido en su totalidad y hay algunas personas que aún creen que se trata de la búsqueda de privilegios o de pataletas absurdas. Cuando en realidad se trata de la búsqueda de derechos relegados y una lucha por la sobrevivencia de más de la mitad de la población, si tenemos en cuenta a la comunidad LGTBIQ que también sufre los estragos de este mal. En todo caso lo que siempre debe de quedar claro es que el machismo, aunque esté instalado como un elemento cultural, es un fenómeno negativo que debe ser desterrado en su totalidad y que a su vez origina una serie de otros elementos que impiden el desarrollo de la sociedad.
Durante estas últimas semanas hemos visto cómo este tema ha sido abordado incluso por grupos muy conservadores y hasta reacios a tocarlo cuando desde los grupos feministas se han levantado las agendas de la lucha en contra de la violencia de género. La denuncia de la congresista Patricia Chirinos contra el Premier ha generado una serie de protestas, pero las que más han llamado la atención han sido las emprendidas desde el fujimorismo y también desde el casi extinto partido aprista peruano, que de pronto parece haber regresado del más allá con un grupo de mujeres que hoy levantan el puño en contra de una violencia que hasta hace poco les parecía un tema menor que debería ser pospuesto. Es así que el movimiento feminista ha quedado un poco aturdido, porque si bien es cierto, siempre levantamos el lema de “hermana, yo te creo”, la utilización de esta problemática de esta forma tan difícil de entender, ha generado ciertas divisiones de opinión dentro del movimiento que generalmente siempre es unánime cuando una denuncia como esta se presenta.
La razón desde mi punto de vista es muy simple, y se trata de que los partidos y grupos políticos que han trabajado intensamente por obstruir las luchas emprendidas desde el feminismo peruano para erradicar la violencia machista, hoy de una manera casi inexplicable cuelgan carteles en sus curules y dicen: “Ni una menos”. Cuando tienen en su historia no solo la ejecución de un horrendo plan de exterminio y abuso a miles de mujeres campesinas cuando las esterilizaron forzosamente, sino que a su vez han negado que este hecho haya sido una vulneración y lo llaman: “Un exitoso plan de control de la natalidad”. Asimismo, están involucrados con movimientos como el conocido “Con mis hijos no te metas” en una ardua campaña muy bien financiada que pretende obstaculizar la implementación de la educación con enfoque de igualdad de género, política que tiene como objetivo fundamental erradicar conductas machistas desde las etapas más tempranas de la infancia. Es por ello que personalmente debo afirmar que esta campaña de indignación en contra del Premier se trata de una argucia política muy nefasta, lo cual desde ningún punto de vista pretende desmerecer la denuncia de la congresista Chirinos, todo lo contrario, porque al ser tratada como lo están haciendo, le restan la real importancia al caso y las miradas se trasladan a destruir al agresor y ninguna se dirige al acompañamiento de la víctima ni la de generación de empatía sobre ella, desvirtuando totalmente la razón de ser de este tipo de denuncias.
Este caso en particular genera una posibilidad de diversos enfoques que deben tratarse con una profundidad y complejidad que permitan que no solo sea emblemático o que genere una ganancia para grupos de poder, sino que nos permita poner en las agendas parlamentarias una serie de desafíos que como muy bien dicen ellos ahora tenemos que solucionar. En el legislativo están en espera una serie de propuestas como por ejemplo las de sancionar con mayor severidad a quienes cometen feminicidios, violaciones y otros actos violentos en contra de las mujeres, los cuales no solo quedan impunes y libres, sino que además obtienen cargos de poder. Es el momento no sólo de sancionar ejemplarmente, sino de implementar soluciones contundentes y estas son básicamente las de trabajar de manera enérgica en la educación. Porque si bien es cierto urgen medidas de sanción que sean potentes, estas no son la solución. Solo evitan que los agresores puedan seguir ejerciendo violencia sobre otras mujeres, pero no evitan que se sigan formando más y a veces las nuevas generaciones pueden terminar siendo más crueles. Es así que la única forma de comprometerse con esta problemática es mirando desde las causas más profundas y erradicarlas, lo cual requiere de buena voluntad, y no estoy segura de que los grupos políticos que hoy levantan la bandera del “Ni una menos” estén realmente comprometidos. Pero en todo caso es buen momento de ponerlos a prueba y plantearles aquellas soluciones que están encarpetadas sin haber sido debatidas por lo menos.
La violencia machista es una realidad con la que vivimos y aunque estamos muy lejos de erradicarla, que hoy se hable de esta aunque no se comprenda profundamente la gravedad ya es un gran paso. Este tipo de violencia está íntimamente relacionada con el nivel educativo, pero no necesariamente con el nivel socioeconómico, porque en sectores altos incluso puede llegar a ser más cruel y a través de mecanismos mucho más complejos. Sin embargo, es claro que en las zonas rurales existe un gran desconocimiento sobre el impacto negativo que genera el machismo e incluso se le suele asociar con la valentía y la fuerza, lo cual es reforzado por las mujeres que en muchos de los casos son las jefas de familia. Es así, que las mujeres refuerzan la idea equivocada de que existe una división natural del trabajo, la cocina para las niñas y la mecánica para los niños, por ejemplo. Y sin darse cuenta, son las madres quienes les cortan las alas a sus propias hijas y las encarcelan en la cocina bajo la consigna de que su vida sucederá bajo las sombras del brillo del hombre que las escoja para ser su esposa, mientras que sus hijos serán adultos disfuncionales que no podrán ni alimentarse si es que no tienen una mujer cerca que lo haga por ellos.
Este tipo de conducta tan normalizada que incluso la relacionamos con el cariño y el famososo amor de mamá, es un acto de violencia que hemos ido construyendo, porque le impide a las mujeres soñar y peor aún cumplir lo poco que se permiten soñar. El acto del cuidado de la familia si bien es uno de los actos más simbólicos de amor, no puede estar destinado sólo a las mujeres y debe estar compartido también con los hombres para construir familias potentes y que estas a su vez sean parte de una sociedad saludable que no genere hombres violentos y peligrosos, y tampoco potenciales víctimas que se entreguen voluntariamente a su agresor sin saberlo y creyendo que son felices porque tienen un hombre a quien cuidar, desconociendo que en ese camino están dejando de vivir sus propias vidas, o lo que es peor, que la perderán producto de la más cruel de las violencias, el feminicidio.
Es por eso que hablar de machismo no es una cosa menor, y este se manifiesta desde las más sutiles que parecen inofensivas como los piropos, galanterías, cuidados, pasando luego por la anulación disfrazada de cuidado, los celos, el control, hasta llegar a las peores formas, la violación sexual, el maltrato psicológico y físico, para terminar con el feminicidio, que es la escala más alta de todas las situaciones que conllevan ese pequeño inicio que creemos que es solo un chiste inofensivo, pero que se lleva la vida de millones de mujeres a lo lago de la historia. Hablemos de machismo, pero hablemos bien, y no solo como una vil estrategia, sino desde lo más profundo de sus entrañas y empecemos a construir una sociedad desarrollada que trata a sus mujeres y sus hombres en igualdad de condiciones.
